domingo, 16 de junio de 2013

Entrevista en diario Tiempo Argentino

"Los hijos de represores también fueron víctimas"

Los psicólogos realizaron un revelador estudio sobre los casos de hijos de personas involucradas en la represión.

1 2 3 4 5
Info News
Info News
Info News
Por: 
Tiempo Argentino
Lejos de aquellos hijos de militares que hicieron causa común con el accionar de sus padres en la última dictadura, otros jóvenes y adultos, que rechazan esa pesada herencia represiva, sufren las consecuencias psicológicas de intentar cortar con lo que sus padres hicieron y representan. “Lo normal era que la práctica de la violencia más extrema y despiadada desestabilizara a sus autores, y que también acabara resintiéndose de ello el siempre complejo entramado de las relaciones paterno - filiales de los criminales de Estado”. La frase pertenece al libro El alma de los verdugos, del ex juez español Baltasar Garzón y el periodista Vicente Romero, y replica un fenómeno poco explorado en el país que también se repite en las familias del personal civil de las Fuerzas Armadas.
Los psicólogos Héctor Bravo y María José Ferré y Ferré se encontraron con esa problemática a partir de su trabajo de más de 15 años para una obra social de empleados militares y civiles de las Fuerzas Armadas. Allí sus pacientes mostraban síntomas repetidos, marcas que les dejó el accionar de sus padres y el sistemático silencio sobre lo que sucedió. “Al no poder elaborar lo que vivieron sus padres, se inclinan  a encerrarse en algo que no logran procesar. 
Eso les trae pesadillas, trastornos de conducta o trastornos más graves”, explican los especialistas.
Los sueños, como una breve mirada del inconsciente, fueron una de las ventanas para intentar entender el fenómeno. 
A pesar de que nunca escucharon hablar de los secuestros, las torturas o las desapariciones de boca de sus padres, esas cosas no dichas en la familia explotan en sus pesadillas: se sueñan siendo perseguidos, secuestrados, comidos por ratas o torturados.
"Había un nene pero era yo, tenía que pasar bajo un alambre de púas para escapar como de un campo militar porque lo iban a torturar. Llegaba a un lugar que era un kiosco y los militares no lo podían agarrar. La quiosquera se sorprendía de que hubiera podido escapar de ese lugar", es el relato de una mujer de 19 años. Esa estructura se repite entre hijos de militares y civiles que estuvieron activos en la última dictadura.  
Los sueños fueron recopilados y forman parte del estudio que llevan adelante Bravo y Ferré y Ferré. Luego de años de tratar a pacientes con estos sueños y con síntomas similares, decidieron abrir la investigación y recolectar testimonios por fuera del consultorio, por lo que hicieron la convocatoria a hijos e hijas de militares y civiles en actividad entre 1976 y 1983 (otrasvictimas@gmail.com). La vigencia de los juicios por delitos de lesa humanidad, que ponen constantemente en discusión la temática, y la avanzada edad o muerte de sus padres, fueron elementos decisivos para que muchos se acercaran a  intentar saldar esas cuestiones pendientes.
"A partir de nuestra actividad profesional empiezan a acercarse hijos de ex militares o de gente que estaba relacionada a las Fuerzas Armadas, como personal civil. Llegan con temas de consulta diversos, pero empezamos a ver factores que se repiten y a inteligir algunos patrones. ¿Por qué en tantas pesadillas aparece el tema de que sienten perseguidos o casos de delirios?", señala Ferré y Ferré.
Los psicólogos empezaron a detectar patrones entre distintos pacientes y comenzaron a trabajar sobre los efectos del silencio y la transmisión de los traumas a través de generaciones.
"Todos tenemos una historia que es transgeneracional. A todos nos interesa cómo fueron nuestros abuelos y padres en su juventud, pero qué pasa cuando hay un silencio, cuando nadie te responde", se pregunta de manera retórica Bravo. Y agrega que, como psiquiatra, percibió “cómo ese silencio genera trastornos psiquiátricos severos como esquizofrenia, trastornos paranoides, u otros casos más leves como neurosis, o que no pueden procesar los sueños que tienen”.

–¿Cómo influye la mirada de la sociedad sobre los hijos de los militares y ese silencio que sostienen las familias?
Bravo: –En general los militares le decían a sus hijos que dijeran que eran empleados del Estado o administrativos. Recién a los 15 o 20 años se empiezan a enterar y a cuestionar.
Ferré y Ferré: –Ese es uno de los grandes obstáculos. Cuando emprendimos la investigación, la primera lectura que se tiene es que estamos de acuerdo con esa gente y que, por eso, salimos a ocuparnos de sus hijos. Pero no, a mí me parece un horror lo que hicieron pero este es el hijo no su papá. Por eso también es difícil verlos como víctimas.
–En ese sentido, ¿por qué los consideran ‘nuevas víctimas’?
B: –Hubo víctimas directas, los desaparecidos, los niños apropiados, sus familias, y para nosotros existe un sector que nunca fue reconocido como víctima, que son los hijos de los represores. Al no poder elaborar lo que vivieron sus padres, se inclinan  a ir encerrándose en algo que no logran procesar. Eso es lo que trae pesadillas, trastornos de conducta o trastornos más graves.
–El primer acercamiento de los jóvenes se dio como pacientes, ¿ahora cómo se da el acercamiento de los hijos?
B: –Esto que sucede en Argentina, que se juzgue a los responsables, aunque no produce una respuesta masiva sí hemos tenido acercamientos de gente que quiere conversar sobre su experiencia. Algunas personas que no son hijos de represores pero sí de militares o civiles que fueron parte de esa campaña de silencio. La edad avanzada o la muerte de sus padres a algunos también les permite un destape, sobre todo en el caso de mujeres. 
FyF: –Con los juicios, es un tema que permanece vigente pero, por ejemplo, la muerte de (Jorge Rafael) Videla también generó toda una cuestión puntual de la figura del genocida, el torturador. Varias pacientes mías de años, hijas de militares que tenían el alta, me han vuelto a llamar para verme. No creo que sea casualidad.
–¿Cuál es el perfil de quienes se acercan?
FyF: –Nosotros notamos ahora gente que explícitamente nos contacta y nos dice que no quiere tener nada que ver con su padre. Otras personas que llegaban al consultorio (por la obra social) no hacían esa diferenciación tan explícita, era una diferenciación tácita, eran hijos de militares que militaban en izquierda o estudiaban Filosofía y Letras. El que está de acuerdo con lo que hizo su padre tiene muy pocas chances de llegar a una consulta porque hay un montón de cosas que no se va a cuestionar nunca. Y si entra en crisis nunca podrá relacionar eso con lo que hizo su padre.
–Además de la cuestión individual, de cómo afecta a los hijos, también plantean en su estudio un aspecto político y social...
B: –Sí, creemos que en la medida en que no se tome conciencia y no salga a luz toda esta situación, se puede volver a repetir. Por eso hablamos de contribuir al Nunca más porque siempre queda dando vueltas esto del autoritarismo, del terrorismo de Estado, de la tortura como métodos de coacción. Eso se trasmite. Lo que no se dice en la casa, estos silencios que hay forman un nudo que es muy difícil de elaborar para la generación siguiente. Ya hay otra generación, los nietos de la gente que estuvo en la represión que si nunca lo hablan tal vez también tengan algún tipo de trastorno. 
–¿Se puede traspolar este fenómeno hacia la sociedad? ¿Se puede igualar este silencio que hubo en los militares y que afectó a los hijos a la sociedad?
B: –Fue una sociedad reprimida. No es exactamente igual el fenómeno, pero esa represión ha provocado incluso enfermedades en el conjunto de la sociedad. Como todo el mundo se calló entonces alguna coparticipación hay en la culpa.

"Ante los demás, soy como él; tengo que demostrar inocencia"

El joven, que prefiere mantener el anonimato, nació en los últimos años de dictadura. Su padre es Carlos "El Indio" Castillo, quien encabezó la agrupación paramilitar Concentración Nacional Universitaria (CNU) en esa ciudad y ya en dictadura integró los grupos de tareas de los centros clandestinos de detención bonaerenses La Cacha y Pozo de Banfield. 
"Los primeros recuerdos relacionados con mi padre son de él preso, pero sin saber el motivo", recordó a Tiempo Argentino.  Y se distanció de su padre y lo que representa: "Con este peso, con este nombre e historia, me siento muy a disgusto, es algo que se me hace muy difícil de soportar." 
A diferencia de otros represores, "El Indio" ingresó al sistema penal apenas retornó la democracia, cuando en 1984 fue detenido por un intento de secuestro a un industrial en La Plata.
"En los momentos en que estaba con nosotros era una amenaza latente. Me pegó solamente una vez, pero con sus actitudes y obrar siempre estaba a punto de hacerlo y teníamos instalado el miedo. En la crianza siempre fue frío, sin una pizca de cariño", señaló el joven, quien reconoció que intentó acercarse muchas veces a Castillo pero nunca lo logró. "Era una persona con pocos rasgos de humanidad. Vivía como pensaba, que el enemigo es el otro, era capaz de sacar la pistola en el medio de la calle y amenazar a una persona en plena luz del día", relató.
En 1990, Castillo acompañó a Aldo Rico en los levantamientos carapintadas y, en 1991, fue detenido nuevamente con un arsenal apenas a dos cuadras de la Quinta de Olivos.
Sobre su rol en la CNU y la dictadura, el joven se fue enterando a cuentagotas. "Empecé a armar la historia por comentarios de mis padres, quienes catalogaban a 'los zurdos' como 'cagones' y 'traidores'. Además, en comidas o en una quinta les gustaba vanagloriarse de como 'amasijaron' a alguna persona. Pero recién con las últimas publicaciones de Miradas al Sur pude armar el rompecabezas de su participación en la CNU", señaló, quien en 2002, con 21 años, eligió alejarse de su casa y de su padre para siempre aunque, a su pesar, volvió a verlo una vez más cuando Castillo fue a declarar en los Juicios por la Verdad e intentó visitarlo en su trabajo.
"Él se considera un héroe. Espero que al momento en que sea juzgado yo pueda estar liberado de su sombra", manifestó el joven, quien lleva el apellido como una pesada carga.  "Con este peso, con este nombre e historia, me siento muy a disgusto, es algo que se me hace muy difícil de soportar y que muchas veces me ha llevado a no realizar actividades que me gustarían por la mirada que puede pesar sobre mí. Solamente por ser su hijo soy como él ante los ojos de los demás, tengo invertida la carga de la prueba, soy culpable y tengo que demostrar que soy inocente", comentó. Y agregó: "Me considero otra víctima de la dictadura y de los milicos, porque ellos fueron los que instruyeron y orquestaron a tipos como mi papá, igual me considero en el escalón más bajo de las víctimas, muy lejos de los que han sufrido realmente en aquella época", reconoció.
Sobre los juicios por delitos de lesa humanidad, que lo tienen a su padre entre los acusados, aclaró: "Me siento muy bien, creo que una condena va a ser un alivio porque mi miedo más grande es cruzarlo por la calle o que me busque. Como ciudadano celebro los juicios, y no se debe descuidar al brazo civil que actuó, como 'El Indio' y sus secuaces de CNU. No puede ser que hayan vivido más de 30 años con impunidad pudiéndose cruzar por la calle con familiares de víctimas sin que se les mueva un pelo."

No hay comentarios:

Publicar un comentario